En una tarde calurosa y acompañando un buen amigo divisamos un corzo en la orilla de unos campos. Aprovechando el aire le hicimos una bonita entrada, pero justo cuando se propuso disparar, el corzo dio un brinco asustado por un ruido de una cosechadora que había por los alrededores.
El cazador no pudo reaccionar i el tiro le quedó un poco bajo, a la paleta derecha. Lo cual hizo que el corzo emprendiera una carrera buscando cobijo.
Estábamos a escasos metros del coche y en él, como siempre nos esperaban Caban y Tica. En un santiamén llegué y los llevé al anchus.
Los solté y a los cinco minutos ya habían dado con el duende a unos 100 metros y lo pararon hasta que llegó el cazador para rematarlo.
Una vez terminada la faena, analizamos todo el caso y llegamos a la conclusión en que fue determinante poder soltar los dos perros en ese preciso instante en el cual el corzo estaba muy debilitado.
Reconozco que normalmente uno de los errores más comunes es acosar el animal herido rápidamente después del disparo aunque esta vez era una excepción y salió bien.
Precisamente la semana pasada acudimos a un rastreo en el que el acoso insistente del cazador y el ensuciar el rastro la mañana siguiente con otro perro de rehala complicó un rastreo aparentemente fácil que hizo refugiar el corzo a más de 1 km de distancia en línea recta des del anschus y que al final no se pudo recuperar.
rastro de sangrecontentosFinal feliz!!!