14 de noviembre. Montaña Leonesa.
Hemos quedado a las 7.30 de la mañana, después de varios días malos de solemnidad, el cielo está despejado. Me han invitado a un coto a cazar un rebeco y llego como si fuere a cazar el primero. La ilusión intacta y las ganas de pelearlo enteras. Llegan Jesús y Andrés, me los presentan, hablamos un rato de los rebecos y, seguidamente con los nervios en flor de piel montamos en nuestros coches, ellos dos en el suyo y nosotros –somos tres- en el nuestro. Serpenteamos por una pista ascendente hasta llegar a una majada situada en medio de un gran circo rodeado de caliza, precioso. Con unos buenos farallones de piedra. Nos preparamos y desde el cocho gemeleamos, no se ve ningún animal, estamos bajo cero y aún no ha salido el sol. Según los anfitriones, no es normal.
El día cada vez es más bonito, con la salida del sol comenzamos a caminar, vamos los cinco, perdón los seis –koka también cuenta- en fila india, dirigiéndonos al farallón que estaba en frente del coche y un poco a la izquierda. Ascendemos durante una hora viendo algún rebeco aunque no merecen la pena. Llegamos a una collada que divide el farallón de caliza con unas montañas más benignas, de vegetación, divisamos una cabrada en la que hay varios machos, lo deducimos por las carreras ya que están muy lejos. Nos sentamos les ponemos los teleobjetivos y procedemos a su valoración. Después de un rato que a mí me pareció eterno, descubrimos un animal que parecía merecedor del rececho por lo que salimos de ladera a la izquierda de nuestra posición Jesús, Luis y yo –koka quedó a la espera-. A la media hora logramos ponernos a tiro, cuando asomamos no vemos el animal, solo unas cuantas rebecas con sus crías. A esperar toca. En el celo de los rebecos, los machos suelen salir corriendo detrás de otros machos y la espera puede ser incluso de horas, pero acaban volviendo a su rebaño. Después de un buen rato, aparece el animal, como si saliera de la nada, acordando entre los tres intentar el disparo aún siendo complicado. Estamos en una ladera donde no hay ninguna posibilidad de apoyarse ni de tirar hacia arriba y el animal en la otra ladera mucho más alto. Con una postura de equilibrista disparo encogiéndose el animal. Se oyó perfectamente el impacto. El rebeco sale corriendo detrás de la cabrada aunque retrasado, se para, le hago un segundo disparo, en la misma situación y ahora con fallo. Sale medio corriendo de ladera y traspone entrando en una pedriza de caliza muy pronunciada, tumbándose debajo de un bloque enorme. Bajamos corriendo y nos colocamos bien, se vuelve a levantar y al tercer disparo lo acusa y se acuesta de nuevo. Sólo se le ve la cabeza. Esperamos y rato, llamamos al resto del equipo que viene con koka y cuando nos juntamos todos vamos a su encuentro.
Llegando a un centenar de metros, levanta la cabeza y sale corriendo hacia abajo por la fuerte pendiente, saliendo de la pedriza, koka lo ve y casi no puedo sujetarla. Consigo quitarla el collar, ya que me hago un lio con la correa del rifle y con los nervios no puedo, lo consigo y sale corriendo ladrando detrás del rebeco.
Va detrás como a unos cien metros ladrándolo cuando el rebeco se mete en otra pedriza que hace depresión y se tumba después de correr varios metros hacia la derecha. Koka se pasa y sigue corriendo, ahora sin ladrar, un par de centenares de metros hacia abajo cuando se da cuenta que delante de ella no hay nada, se para en seco, levanta la cabeza olfetea en el aire y sale corriendo haciendo un semicírculo inmenso hacia la derecha, volviendo a cortar el rastro muy atrás cerca de donde estábamos al principio, lo vuelve a coger y sale corriendo, lo levanta y a unos cincuenta metros lo para y empieza a ladrar. Así estuvo, ladrando a parado, más de media hora que fue lo que tardamos los cinco en bajar y llegar a ella.
Llegamos, acorté el sufrimiento del animal, retiré a koka, la felicité efusivamente y nos pusimos a aviar el animal.
Buen final de temporada del rebeco, en la comida, ya junto con otros cazadores, la estrella de la conversación fue koka con su cobro, yo no podía estar más orgullonso.