Estoy en mi puesto de montería. Mi teckel Pepa, desde que cumplió el año y medio, me ha acompañado a esperas, un par de recechos, y cuatro monterías con éxito en rastro caliente, que es mucho más facil. Mis planes van por ahí: Exito siempre, y garantizado, para que sepa lo que és.
Abato de forma mediocre un venado hermoso. Lleva 5 perros de rehala pegados al culo y lo levantan. Se van con la pelea, jaral abajo. Yo le ordeno a la perra que se quede en el puesto, y me voy al agarre. El venao dá leña y hiere a dos perros. Está muy entero y lo remato con el rifle. Marco, y me vuelvo al puesto, del que nos hemos alejado unos 250m.
La montería acaba. Pepa ayuda a cobrar dos ciervos a mi vecino, bastante bien, por lo que me pide cachorros cuando los tenga. Yo a por mi venao. Decido ponerla en el tiro, pero no lo encuentro. Por allí, a lo largo de la montería ha pasado de todo, y temo un despiste. Con la perra en alto, busco la sangre, pero no la encuentro. Pierdo hasta la marca del venao muerto. Durante media hora, con la perra en brazos, busco la sangre, pero nada. Aprendo lo que pesa mi Teckel. Decido, con la perra atraillada, hacer un circulo grande por la zona donde creo que está. La verdad es que la perra y yo, nos liamos en la maraña de jaras de más de 2m de altura. Pasa otra media hora y al acabar el circulo, ahora ya siguiendo a la perra por una senda de reses, noto que tira muy fuerte. Yo voy muy cansado y tardo en darme cuenta de las gotitas de sangre. !Vá en el rastro! En cinco minutos de tirar de mí, y en una dirección que yo jamás habría tomado, llegamos al ciervo. Me la comí a besos, mientras Pepa pelaba "su" venao. Volvimos al coche, marcando bien, ésta vez, el buen camino para los de la carne, y nos fuimos a comer. Yo estaba muy contento por encontrar lo que había perdido, y la perra , orgullosa por verme así, pero ésto no es un rastro de sangre ortodoxo. De hecho no sé cómo clasificarlo. Encontramos al bicho por el rastro de sangre, eso sí. Pepa aguantó el deambular sin sentido por el jaral sin protestar, y me demostró que sabía lo que tenía que hacer cuando encontró la sangre, y tiraba de un ciego que no se había dado cuenta de que lo estaba arreglando (Es el primer rastro que desconocía su final) Aguantó los tirones de su pesado amo, cuando se enganchaba entre las jaras, y cuando se caía al suelo, sin perder por ello la fijación a su rastro.
Lo considero una chapuza ilustrativa, y me dijo mucho sobre mi perra.
Pedro Camacho Ruiz