Comparto con vosotros un rastreo de uno de mis perros, de hace un par de años.
El tiro.
Tras un fin de semana lluvioso y sin ver ni un corzo, a las 8:45 del domingo, y mientras cerraba una cancela, oigo a mi amigo David decir las palabras mágicas: “¡Mira donde hay uno!”. El corzo estaba parado ladera arriba, en un claro entre los acebos y a más de 250 metros. Mostraba su costado izquierdo y por un instante nos dejó ver que tenía algo entre las orejas. El tiro era largo, pero había que decidir rápido ya que estaba a punto de taparse en una zona que no nos dejaba ninguna posibilidad. “Pero……, ¿qué le vas a tirar?” – preguntó incrédulo David al ver como apoyaba el rifle en la cancela-. “Si, y necesito que apoyes bien los prismáticos y observes su reacción”. Estaba a punto de entrar en lo sucio, cuando hago el primer disparo. El corzo quedó parado y luego se giró hacia su derecha y arrancó monte arriba muy lento, con una evidente cojera. “¡Le has dado, le has dado!”. Un instante antes de que se tapara definitivamente, le vuelvo a tirar. “¡Ahora si!, lo he visto caer patas arriba” – sentenció David con euforia.
Llamamos a Nicanor, el guarda, pero no contestaba por la emisora y no tenía cobertura para el teléfono. Acercamos el coche y acordamos esperar, ya que no debería de tardar en acudir.
El cobro.
A las 9:45 impacientes atraillamos a Quequé y subimos en dirección al lugar donde debería estar el corzo. David lleva la traílla y yo voy dispuesto a disfrutar viendo un sencillo rastreo y el cobro de la pieza. Al llegar al anchuss, y tras lacear ligeramente, el perro enfila el rastro, monte arriba, hasta llegar al lugar del segundo disparo. Allí confirma y continúa girando a la izquierda por una trinchera entre unos robles, momento en el que le oigo ladrar de levante y a David gritar “¡ahí va, ahí va!”. Le pido que se pare y maldigo mi error al dejar el arma en el coche. Nos juntamos y rastreamos unos metros hasta llegar al encame, aún caliente, observando algunas gotas de sangre tanto en la cama como en el rastro anterior y posterior a esta. David, al bajar al coche, se reúne con Nicanor que llega en ese momento. Esto supone un gran alivio dada su experiencia y conocimiento del monte. A las 10:30 reanudamos el rastreo, que decido hacer sin soltar al perro y llevándolo yo. Da comienzo entonces una trepidante persecución en la que se suceden los levantes, hasta cuatro más, en un bosque salpicado de grandes acebos que no dan opción alguna a un disparo de remate. En uno de estos arranques pierdo las gafas y la gorra y me veo obligado a pasarle el perro a Nicanor. Quequé rastrea muy rápido no dando al corzo opción de descanso. En el último levante le patea el corzo al pasar sobre él, lo que le excita aún más. En la parte baja de la ladera los acebos se dispersan y, por fin, se produce el desenlace con un tiro muy efectivo. El perro llega desaforado a la muerte y muerde con saña. Son las 10:35 y estoy totalmente empapado y acusando rápidamente la adrenalina de este lance tan explosivo.
El corzo tenía dos impactos en la pata trasera izquierda. Uno de los cuales afectaba a la parte baja del jamón, con fractura del hueso. Creo que habría sido muy difícil cobrar este corzo sin la ayuda del perro, debido a que en el acebal apreciaba con mucha dificultad el rastro de huida.
Cada vez que mire este trofeo recordaré todos y cada uno de los errores cometidos, que no han sido pocos. El perro hizo muy bien su trabajo y no se le soltó por no conocer el alcance de la herida, no llevar collar localizador y por estar en una zona muy lobera.
Con mi agradecimiento a mis amigos David y Nicanor.
Un cordial saludo.
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Mar Mayo 03, 2016 4:43 pm
