Son las 7 de la tarde y nuestra misión es controlar la parte Oeste y Sur de una peña, estar atentos por si se levanta algún rebeco, aunque la tarde es mala, fría, con viento de Sur, niebla y algo de lluvia, la caza aún no se ha desperezado.Estamos en la montaña leonesa, pasando frío en el mes de junio -quién lo diría a pesar de los polares-, con los prismáticos pegados a los ojos, allí nos encontramos Luis, Koka y yo. Bueno Koka, aún no sabe usarlos pero con el tiempo lo hará, seguro.
A nuestra izquierda un valle alpino con fuerte mata de abedul que lo separa de otra pequeña cordillera situada a un kilómetro, a la derecha valles en terrazas con praderas de montaña salpicadas con manchas, más o menos importantes, de piornos. Y a nuestra espalda, a unos quinientos metros otro pico (así los llamamos en la cordillera cantábrica a las peñas que sobresalen de las mismas montañas), con una ladera suave de pastizal, con matas de piorno y algún que otro abedul.
Son ya las 9 y parece que el monte no se mueve, la niebla sigue bajando, a jirones, ocultando los picos por momentos y volviéndolos a descubrir rápidamente. Llamamos por la emisora y nadie contesta, así varias veces, el tiempo parece favorecer a los rebezos (así se llaman en la zona). Al poco, el viento cambia y se vuelve de Norte, la niebla asturiana avanza inexorable sobre los valles leoneses, levantándose cada poco, volvemos a llamar para pedir instrucciones y nada, no hay respuesta. En estas, miramos a nuestra espalda y como salido de la nada, está un corzo macho (en esta zona no son como los sorianos) pastando en una pradera y ramoneando en unos espinos.
Al no tener noticias de los compañeros, decidimos entrarlo aún a pesar del viento que, al ser de Norte, le era favorable, lo que nos obliga a bajar muchos metros para no darle el aire. Llegamos al final de la vegetación -piornos-, y sobre unos 300 metros, decidimos no continuar, ya que nos quedaríamos completamente al descubierto. Decidimos dejar hacer al animal, parece que su intención es ir bajando a unas praderas que están al lado de un reguero, que lo separa de la subida a la peña en la que estábamos nosotros; pero la visibilidad va mermando debido a las nubes y a la niebla, y tenemos miedo a que se acueste o perderle de vista en la multitud de piornales que salpica la pradera. No es que valga mucho la pena, pero la oportunidad para Koka hay que aprovecharla, y en ese coto, en los últimos treinta años, no se han abatido más de media docena de corzos, por lo que decidimos probar suerte.
Una vez nos ofreció el costado, suavemente, se oyó la detonación e inmediatamente el ploff que todos hemos oído alguna vez. El animal hizo un pequeño extraño, bajó unos treinta metros corriendo girando bruscamente hacia la parte izquierda de la ladera en que estaba, metiéndose, a unos cien metros, en un mato de piornal muy cerrado. Esperando verle salir del mismo, estuvimos unos veinte minutos, y al no hacerlo decidimos actuar.
Yo bajé hasta el arroyo, lo lógico es que si estaba malherido su reacción era echarse abajo, por lo que también, donde estaba, vería toda la zona para poder rematarlo de ser posible. Luis fue con Koka al disparo. Cuando llegó al mismo por la emisora confirmó la situación, había sido alcanzado y en el estómago, había masa verde y algunas gotas de sangre. Rápidamente la perra cogió el rastro, y siguiendo el mismo itinerario del corzo llegó al pegote de piornos, cuando Luis por la emisora gritaba que el animal estaba vivo y levantado, a lo cual sotó la perra, ésta salió disparada trás el corzo hipando detrás de él, y como a unos doscientos metros lo paró en un espinadal, automáticamente la perra cambió el hipar por un ladrido seco y constante cada varios segundos. Llegamos corriendo y como no les veíamos, el corzo nos sintió y volvió a correr, la perra iba casi enmontada e hipando, otra vez cambió el sonido, hasta que lo volvió a parar. No nos atrevimos a disparar por la cercanía de la perra con el corzo, lo iba prácticamente comiendo.
Así hasta que a la tercera parada en una mata de unos veinte metros cuadrados, el corzo ya no pudo más y la perra entraba a la mata, mordía, y ladraba a parado, dando vueltas a la misma corriendo, hasta que llegamos nosotros y le rematamos.
La experiencia fue maravillosa, comí a besos a Koka (para mí es más que una perra, pero sin pensar mal, eh?). Fue mi primera experiencia de este tipo con ella. Creo que se hizo adulta (tiene quince meses).
Este relato se lo dedico a Tirso, sin él probablemente este hecho no hubiera sucedido, y también a Migui (no por el jamón que quede claro), sino por esa palabra de aliento que siempre tiene y que la dice en el momento más oportuno.