El pasado viernes, 26 de febrero, después de un montón de años, tuve la oportunidad de ir a por un gamo a la Reserva de caza del Sueve, en Asturias. La suerte me deparó un permiso para un gamo macho de trofeo no homologable, que si bien no era lo que más me apetecía era lo que había y no quedaba otra que conformarse. Aprovecho a decir que nunca antes había intentado cazar un gamo, ya que tenía para mi que cazarlo en una finca cercada no tenía chiste ni interés, y por lo tanto debía esperar a un permiso en alguna reserva.
Desde días antes había meditado la posibilidad de ir con mi fiel monotiro del 6,5x57R, pero la mañana anterior un amigo que gasta el mismo arma que servidor me contó sus desventuras la temporada anterior con estos bichos en esta misma sierra y me aconsejó encarecidamente que me decantase por algo más resolutivo.
Así las cosas opté por un .300 WM con una bala KS de 165 grains. Opté también por un valor seguro: Runa de Vilarvello.
El día amaneció espléndido, parecía que en este invierno no iba a ser posible encontrar un día de sol sin fuertes vientos, libre de orbayo, en definitiva un día para gozar de la caza y del monte.
Decidimos empezar por la zona de Borines, cerca del límite con el Coto regional de Piloña. Pronto vimos los primeros gamos y corzos, pero nada que nos interesase.
Decidimos ir ascendiendo por entre unos prados hasta alcanzar un collado que diera a la solana por ver si andaban por allí unos gamos que cumplían con lo establecido para mi permiso. Bucábamos gamos que anduviesen cerca de los pastizales, que pudieran causar daños y que hay que ir quitando.
Sl fondo se ve el cerro al que ascendimos, a cuya espalda estaba, en una hondonada, el gamo.
Al ir subiendo distinguimos el rastro fresco de un jabalí bastante grande. Runa de vez en cuando clavaba la nariz, pero sin expresar nada más que cierto interés. Al coronar la última pradera, en el extremo que tenía algo de maleza, la perra empezó a ventear por alto con insistencia. En ese momento sentimos el arreón. Mi amigo Javier me dijo "¡Es un caballo!" pensando en uno de los muchos asturcones que hay en esa sierra. Al momento, a escasos 20 metros, se destapó un jabalí sobresaliente el que saludé con un gesto de la mano ya que desde el domingo anterior no se autorizaba su caza. El bicho, como si lo supiera, se fue dejando ver con una actitud chulesca.
Paso a paso íbamos ascendiendo hasta que dimos vista a la ladera que hace falda del lugar conocido como Majada de Espineres, bien conocida por los visitantes de estos montes.
Empezamos a sentir el calor que llegaría hasta los 19ºC, lo que nos obligó a despojarnos de algo de ropa. En esas estábamos cuando Ramón, guarda mayor del Sueve y Piloña, en una asomada, distinguió un gamo en una barranca a nuestra izquierda. Al asomarme distinguí entre los árboles del fondo algo más de movimiento. Allí andaba el rebaño. Ramón escrutó como pudo los gamos hasta distinguir a alguno que cumpliese. Mientras, los animales iban poniendo tierra de por medio.
Entre tanto yo busqué acomodo entre las rocas, tendí mi mochila y cargué el rifle. Con los prismáticos seguía a los gamos cuando Ramón me indicó "¡Es el primero!". Ni me lo pensé. Con más de 200 metros por el medio esperé a que el gamo hiciese una parada y apreté con delicadeza el gatillo. El gamo acusó el disparo para luego iniciar una alocada carrera seguido de todo el rebaño. Unos 200 metros más adelante, y mostrando claramente un rosetón de sangre en el codillo, se separó del resto para iniciar una ascensión impresionante hasta ganar unas rocas en las que se tumbó.
Nos las prometíamos felices pensando en que moriría en un instante. Para mi desazón comprobé que el gamo se levantaba y tumbaba a intervalos irregulares. Decidimos acercarnos y que mi amigo Javier, que nos compañaba en la cacería, se quedase con Runa, que presa de la emoción ladraba y lloraba por las ganas de entrar en acción.
No habíamos andado 200 metros cuando Jaiver nos dio la voz de que el gamo se había arrancado. Al levantar la vista lo vimos correr y trasponer la ladera a una gran distancia. Llegamos a la cama y distinguimos la sangre pero en el rastro ni gota. En el lugar del tiro había alguna esquirla de hueso, sin duda de húmero, y poco más.
Llamé a Javier para que trajese a Runa. Mientras me aproximé al punto por donde el gamo se había perdido. Aquí se produjo uno de esos momentos de pánico y desconcierto que llega en las cacerías cuando un animal queda herido. Al asomarnos cada uno vio una cosa distinta, unos dos gamos huyendo por la ladera de enfrente, yo unas huellas muy marcadas de una pata izquierda, y otro el miedo de no hallar muestra de sangre.
Colocamos en collar de trabajo a la perra, la trailla, y dejé que avanzase unos metros. A todo esto habría transcurrido una hora desde el disparo, pero la sensación era de que el tiempo volaba. Por mi cabeza se pasaban mil cosas, pero una de ellas era la emergencia de iniciar cuando antes el pisteo.
Cedí unos metros de correa a la perra que pronto marcó un rastro claro. Avanzamos unos metros y marcó un hallazgo que resultó ser sangre de haber estado el gamo tumbado muy cerca de nosotros. Tomé la correa por corto y continué lentamente el pisteo. Runa quería correr ya que valoraba que el rastro era muy fresco y claro. Nosotros no veíamos ni gota de sangre y además temíamos que alguno de los gamos del rebaño, que habían estado esperando al herido, como habíamos visto, distrajesen a la perra.
Al momento Runa marcó otro nuevo hallazgo. Una nueva cama. El gamo se iba tumbando y levantando al oirnos. Decidí entregar la correa a Javier y andar a la par de la perra. Cuando llegamos a un pequeño collado mandé a la perra parar y a Javier esperar a que yo me asomase. Lo hice con sigilo y pude ver claramente, unos 60 metros más adelante, el gamo tumbado contra una pared caliza mirándome. Le distinguia a duras penas el cuello y la cabeza. Con el mejor de los cuidados apunté pero el tiro se me fue algo bajo, ya que lo hice a pulso. El gamo de incorporó e inició la que iba a ser su última carrera. Recagué y di con su cuerpo en tierra. Mandé a Javier que liberase a Runa que salió rauda hasta el gamo.
Es posible que el rastreo no haya sido el más complicado que he hecho con esta perra pero sin duda que sin ella me habría quedado sin la pieza, y a sus 11 años nos ha demostrado, una vez más, su casta y la importancia de contar con un fiel y leal colaborador.
Había pensado jubilarla pero me temo que su afición y saber hacer está por encima de los alifafes de la edad. Runa, vamos a seguir cazando, ya lo verás.
Saludos
Gerardo Pajares