Hola a todos:
Ya que hay poco movimiento en el foro, os paso a contar un relato de este verano que me había quedado pendiente. El relato es un poco largo y con fotos, así que espero que salga bien editado y no os aburra. Si no fuera así, os pido disculpas de antemano.
Bueno, nuevo rastreo, esta vez en julio. El día 23, a las 12 horas, recibo una llamada de un cazador y amigo. Ha herido a un corzo, a las 11 horas (al amanecer la niebla le había impedido cazar). Le digo que el rastreo es casi imposible en ese momento, por la hora y la temperatura (30ºC a la sombra). A pesar de ello, él tiene que volver a la tarde a Madrid y decido acercarme, al menos para conocer el lugar del disparo. A las 13 horas comenzamos la búsqueda.
Esta vez el cazador me indica con precisión desde donde disparó y el lugar del anschuss.
Tiró al corzo a unos 125 metros y de arriba abajo. El corzo estaba en el borde del monte, muy cerca de un rastrojo. Inspeccionamos la zona.
Allí había un pequeño trozo de carne, de aproximadamente medio centímetro y algunas gotas de sangre, que ya estaban devorando las hormigas.
Preparamos a Tobías con su collar y traílla (sí, ya he abandonado el arnés) y lo pusimos en el anschuss.
El cazador me cuenta que al tiro no observó ninguna reacción en el animal, que salió corriendo a gran velocidad. El corzo, tras el disparo, en vez de entrar en el monte corrió bastantes metros por el rastrojo.
El perro sigue el rastro por el rastrojo y a unos 15 metros del anschuss encontramos un trozo de carne de unos 3 mm y nada de sangre. Aunque por la foto pueda parecerlo, no buscábamos codornices alicortas.
El corzo corrió luego en zigzag por el rastrojo (el cazador consideró que unos 150 m), antes de meterse al monte.
El perro sigue el rastro por el rastrojo unos 50 metros y luego tira hacia el monte. Equivocadamente, lo corregimos y seguimos explorando el rastrojo sin resultado durante una media hora.
Me vienen a la cabeza las palabras de John Jeanneney, explicando en su libro como el peor día para rastrear es el seco, caluroso y ventoso, en un terreno de herbáceas. Pues todavía parece peor un rastrojo castellano en Julio.
Por fin, retomamos el rastro, haciendo caso al perro. Nos lleva de nuevo hacia el monte, con ganas a pesar del calor.
Y después de unos 15 minutos, llega la recompensa. Vemos de nuevo sangre y nos animamos: estamos en el rastro y quizás dentro del monte sea más fácil seguirlo.
El tronco de una pequeña encina aparecía manchado de sangre, con lo que me pareció una cantidad abundante. Pensé que el corzo tenía un tiro bastante alto, quizás en un jamón (por los trozos de sangre encontrados antes). En el suelo, de nuevo nada de sangre. Marcamos el punto.
Los siguientes minutos fueron duros, siguiendo al perro a gatas entre las matas de encina. El monte no es muy espeso para cazar, ya que vas bordeando las encinas, pero siguiendo al perro tienes que atravesarlas de lado a lado. Y ese día el teckel perdía el rastro con facilidad, volviendo al punto de partida y obligándome a pasar por la misma mata varias veces. Después de un buen rato, mi compañero ve unas minúsculas gotas de sangre sobre una piedra. Os las marco en la foto, ya que si no es difícil apreciarlas.
Para entonces ya eran las tres y media de la tarde, habíamos recorrido solamente unos 300 metros y decidimos marcar el sitio y dejarlo por el momento.
Además había daños colaterales:
Un perro sediento (a pesar de llevar dos botellines de agua en los bolsillos del pantalón).
Una camisa rota (no hay foto).
Y un rasguño en la ceja.
Tanto hablar de gafas para rastrear y ese día no me las puse. Y, por cierto, ese aspecto deplorable no es el mío habitual.
Después de comer y de una reparadora siesta, mi amigo se marchó a Madrid y nosotros de nuevo al tajo. La temperatura había bajado unos cuantos grados y sobretodo no pegaba el sol. Como realmente por la mañana sólo habíamos recorrido unos 300 metros “útiles” en dos horas y media, decidí empezar el rastreo desde el principio.
Y las cosas fueron distintas, rápidamente el perro cogió el rastro y en quince minutos estábamos en la piedra con dos gotas de sangre dónde habíamos suspendido el rastreo por la mañana.
A partir de allí el perro sigue hacia arriba, con mucha decisión y la nariz pegada al suelo. Casi siempre el rastro va por lo más espeso del monte y siempre cuesta arriba. Pasan los minutos y empiezo a preocuparme: ni rastro de sangre u otras muestras. Y así seguimos unos 300 metros más, hasta que se pone el sol y ya casi no se ve dentro del monte. Decido abandonar: cojo a Tobías en brazos y emprendemos el camino de regreso.
No hemos encontrado al corzo herido, pero indudablemente la tarde ha merecido la pena
En esta imagen os muestro el recorrido aproximado de la mañana, en amarillo (aproximadamente 1 Km), y por la tarde, en rojo (aproximadamente 500 metros).
Bueno, y después de la historia, preguntas que me hago (y os hago):
¿mejor no rastrear por la mañana, limitándonos sólo a marcar el sitio?
¿mejor, en esta época, rastrear sólo al amanecer, ya que por la tarde tenemos poco tiempo de luz con temperatura aceptable?
¿dónde estaba pegado el corzo? ¿Sobreviviría?
¿porqué dejo de dar sangre? ¿O, quizás, no seguimos el rastro bueno?
Un saludo a todos y gracias a los que hayáis leído hasta aquí este largo relato.
PD: las fotos son de mi mujer, que me acompañó y aguantó el tipo como una campeona . Y, por otra parte, sí, a veces Tobías y yo cobramos la pieza.