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 Relato de John Jeanneney

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Álvaro García Mateu

Álvaro García Mateu


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Fecha de inscripción : 19/05/2008
Localización : Torrelodones (Madrid)

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MensajeTema: Relato de John Jeanneney   Relato de John Jeanneney Icon_minitimeDom Mayo 25, 2008 4:35 pm

Cuelgo en el foro un relato de John Jeanneney (del Estado de Nueva York, USA) publicado en memoria de una perra que murió en el año 2007. Era una teckel de pelo duro y se llamaba Sabina. Lo comparto en el foro porque me ha parecido muy entretenido y, además, nos recuerda que debemos estar alerta cuando rastreamos algún bicho. En el fragor de la batalla podemos olvidar tomar las precauciones necesarias.

La traducción es mía, así que puede que esté regular (mis disculpas). El original podeis encontrarlo en www.born-to-track.com/our-writing/john/Character-of-Sabina.pdf

Ahí va.

"Sabina demostró su coraje y dureza de la forma más absoluta cuando acudimos juntos a un rastreo, a finales de la temporada de caza del ciervo de 2004. En esta ocasión yo era el cazador, además del rastreador. El 19 de diciembre era un día frío de la temporada de caza con armas de avancarga, que estaba finalizando en el Estado de Nueva York. Disparé al ciervo durante una ráfaga de nieve que envolvía mi puesto elevado sobre un árbol y hacía difícil estar seguro de si se trataba de un venado o una cierva, estando situado a unos 100 metros de la zona donde estaba comiendo. En ese periodo, podía dispararse a venados y ciervas.

Al tiro, el ciervo levantó la cabeza de forma que pude ver la silueta de su cuerna blanca recortada contra los oscuros troncos de los árboles. Por la reacción del venado yo estaba seguro de que estaba pegado, pero cuando bajé del árbol y fuí al sitio no había en absoluto evidencias visibles (no había sangre, ni pelo, ni fragmentos de hueso). Incluso las huellas sobre la superficie nevada eran borradas rápidamente por nieve fresca que traía el viento. Registré el lugar describiendo un círculo de 50 metros y después de 100. Nada. Si un cazador me llamara y me describiera tal escenario, con seguridad habría rehusado a conducir 50 kilómetros para rastrear ese ciervo. No habría nada por lo que guiarse.

Pero en esta ocasión yo era el cazador, y cundo tú eres el cazador la esperanza va más allá de las evidencias. Volví a casa, me puse mi ropa fuerte y llamé a Sabina. Planeé llevarla hasta el lugar del disparo y hacer que comprobara el terreno. No podía creer que hubiera fallado ese ciervo. Llevé mi revólver y mi linterna de rastreo de seis pilas. No llevé nada más conmigo, ni teléfono móvil ni emisora. Eso fue un error. Pero solo iba a comprobar las cosas ...

Ya en el lugar del disparo, le puse a Sabina el collar de rastreo y la traílla, y empezó a comprobar el terreno. Su lenguaje corporal dijo “¡Sí! y recorrimos cerca de 700 metros a través de mi larga y estrecha propiedad. Vi huellas, pero no sangre sobre la fina pero cada vez más profunda capa de nieve. De repente vi el ciervo echado junto a un árbol. Cuando estaba sacando mi revólver de mi chaleco, que llevaba debajo del abrigo, el ciervo se levantó y huyó. Pude ver que tenía dañado un hombro y no se movía con la energía que yo hubiera esperado. El ciervo estaba seriamente lastimado pero ¿porqué no había sangre?

Solo unas cuantas veces durante los siguientes 3 kilómetros vi algo de sangre en el rastro. La nieve continuaba cayendo y llegaba la oscuridad. No se nos pasó en ningún momento por la cabaeza abandonar, ni a Sabina ni a mí. Éramos dos cazadores con una misma idea, compañeros en la persecución.

El venado recorrió un largo camino. Le vimos bastante cerca varias veces, en la oscuridad. Tengo aprendido de la experiencia que cuando un ciervo herido es consciente de que te has aproximado mucho a él en tres ocasiones, el mundo se le hace pequeño para huir. Pero este jóven venado era especial. No había aprendido esta regla. Era duro y estaba loco. Tenía que hacer algo con esa criatura oscura, del tamaño de un zorro, que le seguía implacablemente dondequiera que fuera.

Estábamos cruzando un campo cuando el venado cargó sobre nosotros, apareciendo de ninguna parte. Debía estar echado, pero una vez en pié pudo moverse rápidamente y arrolló a Sabina con su cuerna. Ocurrió demasiado rápido para que yo fuera capaz de disparar. En esta ocasión no me acompañaba nadie para sujetarme la linterna.

El segundo encuentro fue más serio. Llegamos hasta el ciervo cuando estaba echado. Estaba magnífico y la magia del momento transformo sus pequeñas cuernas seis puntas en un trofeo digno del libro de records del Pope and Young (club americano de caza con arco). Estaba tratando de meterlo en la inútil mira de mi revólver, mientras sujetaba la traílla y la linterna, cuando cargó. Golpeó a Sabina y después a mí. El impacto contra mí fue tan frontal y duro que se rompió una cuerna contra mi mandíbula y mi pecho. No sentí nada, pero abrí los ojos y vi su cuerna en el suelo, al lado de mis gafas, a 30 centímetros de mi nariz. No podía saber la importancia de la herida, pero Sabina estaba lista para seguir. Puse la cuerna en mi abrigo de caza y comenzamos a rastrear de nuevo.

Aproximadamente a los 150 metros, llegamos a una carretera rural. No estaba claro si el ciervo la había cruzado o se había dado la vuelta, y Sabina parecía un poco desorientada. No era el momento de arriesgar su seguridad de nuevo. Vimos las luces de una casa más abajo siguiendo la carretera, y nos dirijimos hacia allí para poder hacer una llamada telefónica. Resultó que estaba a un kilómetro y medio de dónde pensaba y en una carretera completamente distinta. El casero amablemente nos llevó a casa en su pick-up.

Le enseñé a mi mujer la cuerna sanguinolenta y le expliqué que habíamos vuelto a casa por refuerzos. Dado que Sabina, como siempre, estaba lista para tomar su cena, concluí que no tenía lesiones internas serias. Meneaba el rabo, aunque tenía una raja sangrienta de 13 centímetros en el flanco, desde la espina dorsal hacia abajo. Habíamos sido muy afortunados.

Llamé a dos buenos amigos con licencia de rastreo, para que me ayudaran a terminar el trabajo. Fui a tomar un bocado y me di cuenta de que mis mandíbulas estaban desalineadas de forma que no podía masticar la comida. No tenía nada roto ni dislocado y después de un par de días todo volvió a la normalidad. Tenía un pequeño puntazo en el pecho, pero parece que la punta deslizó por mi fuerte abrigo de nylon en lugar de penetrar. Me salió un gran hematoma y, al día siguiente, me di cuenta de que el impacto me había fracturado una costilla en su parte trasera, cerca de la columna. Cuando me presionaba el hematoma del pecho, sentía un intenso dolor en la parte posterior de esa misma costilla. Mis lesiones eran menores. Sabina fue menos afortunada y tuvieron que suturarla en el veterinario al día siguiente. Pudo haber sido mucho, mucho peor.

Cuando mis amigos, Jim Hens y Dave Snyder, llegaron, salimos con Amy a encontrar el venado. Amy tomó el rastro con facilidad, mostrándonos dos camas más con muy poca sangre, y después levantó al ciervo. Esta vez el venado se entregó. No le quedaba suficicnte adrenalina y coraje para sostenerle. El disparo de David acabó con su valiente vida.

Solo un cazador puede entender el respeto que sentimos por los animales que cazamos. Su pequeña cuerna de seis puntas siempre estará sobre mi escritorio. Y Sabina siempre estará conmigo
."

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