El disparo fue a una jabalina, unas dos horas antes. Nada en el tiro, pero sí sangre bien visible a unos 40 metros. Bastante abundante al pasar sobre un tronco caído, lo que me hace pensar en un tiro bajo. Alguna gota más adelante y luego nada, probablemente borrada la sangre por la lluvia intensa.
El perro va muy fijo y pronto veo un pequeño trozo de epiplon. Vamos bien. A unos 200 metros del tiro, encontramos un trozo de tripa de considerable tamaño. Tiene que estar tumbada cerca. Cien metros más adelante, entramos en pinar de árboles jóvenes, con las ramas rozando el suelo. El terreno entre los pinos está lleno de retamas, escobas las llaman por aquí, más altas que yo.
El perro da varias vueltas , enganchando la correa, cuando veo a la jabalina corriendo durante unos segundos. No me da tiempo a tirarla. Pasamos por encima del encame y seguimos con el teckel tirando excitadísimo.
A unos 30 metros se repite la jugada y suelto al perro. Enseguida oigo ladridos cerca y llego jadeando. La jabalina castañetea los dientes. Tobías está al entre las matas al agarre de una pata. Le llamo y por supuesto no me hace ni caso. No puedo disparar sin riesgo, así que me acerco para rematar a cuchillo. La jabalina se vuelve hacia el perro y por sus quejidos entre las matas supongo que le da un viaje con la jeta.
Con ello, escapa unos metros y en otro matorral vuelve a agarrar el perro. Esta vez sí que me deja acercarme y clavo el cuchillo con dificultades. Se revuelve y, al segundo intento, termino con ella.
El perro no quiere dejarla. Se lo ha peleado. Tras sacarla a un camino le hago una foto y caigo en la cuenta del vídeo que habría podido hacer. Pero en ningún momento me acordé de la cámara.
Ha sido un rastreo no muy difícil pero sí emocionante. He aprendido una cosa: con un macho nunca debo soltar al perro si no quiero quedarme sin él.
Un saludo